Juana de Ávila, Maracaibo, Lago de Maracaibo, Zulia, Venezuela
No me sale. Es como si estuviera parado en una peña sobre el
abismo de lo brillante sin saber si salgo volando o caigo hasta el olvido… como
que cada vez que me inspiro en escribir las ideas que están en la punta de la
lengua, las palabras que sé que darían transparencia y coherencia a todas mis
rarezas, mis costumbres y mis formas de ser, que pudieran brindar entendimiento
a los demás y tan rápido que me emociono de la posibilidad de compartir esas
esquirlas de mi ser con los demás, finalmente traducidos a un lenguaje
entendible por los humanos, se me van las ideas, como la neblina desvanecida
hasta su desaparición por los primeros rayos del sol después de una noche,
larga, oscura, fría y húmeda.
Intento recordar esa sensación de sentir solo entre las
masas, de estar en una manada pero solo viéndome solo rodeado por la soledad,
de sentir que la gran mayoría, casi todo lo que hacen los demás me cae mal, me
desagrada, me incomoda, me hace hacer querer huir, porque si, reconozco que por
más que se quedarme quieto, planteado, extender raíces a las profundidades de
la Tierra, de frentear y defender, mi reacción, mi instinto por naturaleza es
huir, perderme de todo el mundo, pues de los humanos, de estar solo, estar entre hojas y plumas, cortezas y
escamas, agallas y colmillos, raíces y aletas.
Y si no lo puedo hacer físicamente, mi mente va lejos, se
tira por las peñas de la Jagua, se inunda en las aguas de los mangles y
arrecifes de la Bahía de Biscayne, se interna en los bosques de los zanjones del
Bajo Cuacua, se pierde entre los nidos de las Cuchas y de repente mi mente que
estaba lejos, en esos paraísos, es abruptamente llamada de regreso a donde está
mi cuerpo, normalmente rodeado por concreto y asfalto, por personas que me ven
como raro, extraño y antipático me observan con preocupación y miedo de ideas
que se tildan de locuras, enfermo, fantasías utópicas… les da pena por mi Madre
que tuvo un hijo así.
Pero pues sí, me revelo en contra una cultura popular que
nos dicta a vivir, performar (pretender), existir y subsistir colaborando y
contribuyendo a un sistema que destruye el único hogar que tantas especies
comparten. No me como el cuento de estabilidad, seguridad, mejorar la condición social y económica,
de progreso, desarrollo y éxito, de valores basados en que dirá la gente y
cuanto capital disponible hay para despilfarrar… y por más duro que lo he
tenido que llevar exiliándome de semejante burrada de cultura, no busco
contribuir a esas pajas mentales de individualismo sabiendo que esa idea de
avanzar en lo personal contribuye implícitamente a una destrucción colectiva
inevitable.
Yo no sé cuándo comenzó, pero sé que he causado preocupación
y estrés a muchas personas por mucho tiempo. Es que desde mi niñez no me
pareció raro pedir que cuando muriera, mis restos físicos fueran entregados a los
animales carnívoros para alimentarse y no dejar mi cuerpo caer en el desperdicio,
o cuando peleaba con los otros niños en el recreo por que agarraban a
piedra las ranas y una vez que capturaron unas mariposas nativas para sacrificarlas a sapos
exóticos que habían de mascota en el terrario de las aulas de la escuela. Nadie
me entendían y una tras otra vez me decían que “esas cosas no se pueden decir”
o llamaban a mi mamá para sacarme del colegio, otra vez expulsado, o
insistiendo que me llevan a un psicólogo porque ese niño no está bien. Pero ni
los psicólogos sabían que hacer cuando un niño con menos de 10 años explicaba
que el suicidio era válido porque con la situación ambiental y social del mundo
“no había nada que me pudiesen decir para convencer que el mundo iba ser mejor
lugar ya cuando yo fuera grande, Entonces porque prolongar lo inevitable?”.
Sé que tenía amigos, con quien compartía y para compartir
conmigo uno solo tenía que gustar de la naturaleza y los animales, ya con eso
pa que más… pero con el tiempo, la edad y las exigencias sociales los otros
niños y niñas iban dejando el afecto para la tierra y los animalitos a un lado
y los automóviles, los deportes, las modas y marcas tomaron prioridad y con
cada amiguitx que dejaba su interés por la Tierra, perdía otra amistad, siempre
me afectaba mucho que mis amistades me desconocieran, pero se volvió la norma
frecuente, y pues por lo menos yo tenía la Tierra y los animales y por lo menos
pensé que los humanos no me harían falta.
Las vacaciones escolares después de primer año de primaria
fue lo mejor. Yo ya había tenido experiencias de acampar en los Everglades con
mi familia y de pescar en los Cayos, pero lo que me esperaba en la tierra natal
de mi madre y su linaje fue otro mundo. En escasamente tres meses mi abuelo
materno además de enseñarme manías necias en las galleras y prostíbulos del
centro del Huila, en menos de tres meses de mi primera visita me tenía andando
los montes del Bajo Suaza con mi propio machete, montando caballo solo, abriendo
y cerrando broches, bajando las mazorcas de cacao y chupando la pulpa alrededor
de las pepas (pero sin botar las pepas ya que el decía valían más que oro), ordeñando vacas en la madrugada y nadando en los ríos
corrientosos por las tardes. Oportunidades de crecimiento, descolonización y de aterrizarme
que ni con las visitas al Resguardo Miccosukee en las afueras de Miami iba
lograr con la vida de mi familia colona-migrante viviendo el sueño latinoamericano Miamera.
Creo que nadie se dio cuenta, ni mi madre, ni mi padre,
abuelos y tíos, que por 11 años de vacaciones escolares combinado con breves
experiencias en el norte, me abrieron la puerta para aprender de ese mundo
real, vivo, donde la Tierra aun palpita desde antes que amanece el sol, que
respira con el rocío que se acumula en las plantas por la mañana, que coge
fuerzas con los vientos que el sol despierta con sus rayos, que se internaliza,
se auto fecunda con las moyas y remolinos que se forman en los ríos arrastrando
lo que se ve en la superficie a las profundidades no vistas y que da a luz con
los relámpagos y truenos que hacen parecer que el mundo se acabará cuando
realmente las cosas apenas están comenzando.
Nadie vio lo que yo vi, la ruta de escape, el camino para
aprender lo que se requiere vivir en este mundo fuera de las junglas de
concreto con sus supermercados, centros comerciales, con su despilfarro de
electricidad, plásticos y alimentos procesados. Otros veían un paseo bonito por
una tarde, un fin de semana, un buen lugar a descansar un rato y yo veía la
trocha menos tomada, la vida más rechazada y menos preciada, pero la más digna,
integra y coherente. Una decisión que vivo hasta el sol y la luna de hoy
acompañado con una cantidad de críticas, insultos, chismes, dudas, inquietudes, juzgamientos, y
sencillamente amarguras que no quisiera tener que experimentar. ¿Cómo saber
coexistir con las personas que revindican y defienden unos valores que nos
lleva a una muerte planetaria? Ya que es suficientemente traumático como para
tener que aguantarme la mala actitud además. Peor… entre esos están tu familia
y amistades, apoyando lo que nos mata a todos.
Y porque ese mismo modo de vida que es tan arrogante y
pretencioso que las personas que la viven están consumiendo todo, uno no tiene
de otra de tener que saber cómo vivir en ella porque cada vez más, ese camino
que una vez vi en los montes del bajo Suaza se va perdiendo. Las luces de la
ciudad brillan mucho para ver las estrellas y guiarse de noche, las montañas
las han ido comiendo para sacarles metales y materiales de construcción, los
ríos que se navegaban están estancados con represas y los peses que hay, no son
los peses de mis abuelos, son otros, que no saben de subienda, de comer frutas
y reproducir en las cochas cuando hay invierno, porque ya hasta con el
invierno, el río sigue igual, le suprimieron sus ciclos. Los tallados en las
piedras se pierden entre los rayones de aerosol y los tallados de amores
espontáneos que no duran más que el tiempo que se tomó para rayar las piedras,
pero su huella borra todo lo que existía antes, eso sí dura mucho, mucho
tiempo.
Con los comics, X-Men sobre todo, pude encontrar otros
mundos en que perderme y en mi mente las formas de mi territorio, nativo y de
migrante, las enseñanzas de mi abuelo y su tierra al igual las enseñanzas de la
selva de asfalto y concreto fueron mezclándose con este mundo maravilloso
inventado por una gente llamada Marvel y un tipo gringo que para muchos en un nadie,
y para muchos otros es un genio, Stan Lee. No les miento, pero constantemente
mi imaginación piensa que haría Magneto ante una minera que destruye el extremo
norte del continente de Abya Yala que depende de apenas dos rieles de metal para
sacar y comercializar el oro negro en forma de piedra que va devastando toda
una nación, todos sus clanes y un territorio de múltiples montañas, ríos,
humedales, bosques, desiertos y sabanas. Que haría Tormenta ante un muro que le
ponen al río que tiene que fluir como siempre ha fluido. A nosotros los que no
tenemos poderes fantásticos de la cual se hacen películas multimillonarias nos
persiguen con balas y moto sierras, atormentan nuestras madres y parejas con lo que nos
quieren hacer, buscan desaparecer nuestros cuerpos y también nuestros
pensamientos y legados, buscan generar terror, escenas macabras y sangrientas,
picando y destrozando a la gente y a la vez el territorio. Porque nadie se
puede meter en el camino del progreso y el desarrollo. Hasta los que dicen pero
no actúan de amar la Tierra, culpan a las víctimas y no al sistema de
conveniencias y comodidades donde ellxs son socixs y se quieren hacer ciegxs.
Y uno se encuentra una y otra vez con una “Y” en el camino.
Seguir viviendo lo que uno sabe que está bien, correcto, coherente, sensible y
colectivo, llevando el bulto de la suciedad de la sociedad, las malas fichadas,
los juzgamientos, las amenazas y atentados o intentar de vivir la vida que la
suciedad llama correcta, de apariencias, de marcas y modas, de lo que dirán la
gente, de poder despilfarrar en una cena lo que otros luchan para conseguir
para sobrevivir un mes, el camino aceptable, cómodo pero profundamente egoísta,
incoherente y miope. En 35 años tengo claro que el cuerpo rompe antes que la
mente, antes del corazón, antes de la determinación. Mi resistencia física y
capacidad de guerrear en esta carcaza llamada cuerpo, mi primer territorio cada
vez es menos y mi mente y corazón se frentea y se choca con esta realidad, mi cuerpo ya no responde como antes.
Por más fuerte y lleno de resiliencia que tengo gracias a la
Tierra que me lo ha brindado para servirle a Ella, mis entrañas, físicas y
emocionales, son más débiles de lo que parecen, no puedo tomar el camino de la
comodidad y gratificación instantánea y banal sabiendo los costos verdaderos,
las externalidades que como individuo, si no quiero, no tengo que saber de su
existencia. Mi propia consciencia es
demasiado fuerte y determinado que me sacaría de ese barco a patadas mandándome
a nadar o por mucho remar.
Sigo intentando encontrar un camino con equilibrio, que me
permite vivir sano y también coherente, pero por ahora… sigo en una simple canoa intentando de navegar por medio de las estrellas pero el brillo de las
luces de los edificios y las vallas de publicidad no me dejan ver lo que
siempre ha estado allí y recordarme bien donde estoy, quien soy y pa donde voy.